Los nuevos sueños

En medio del dolor, la pérdida y la incertidumbre, elegí seguir soñando. No sabía cómo, pero sentía que todo lo que deseaba era posible. Esta es la historia de cómo la Fe me sostuvo… y los sueños comenzaron a cumplirse.

 Los nuevos sueños


Era uno de los momentos más oscuros de mi vida: sin empleo, embarazada y con el corazón roto después de que el hombre con quien soñaba formar una familia se marchara sin despedirse. La confusión era tan densa que apenas podía respirar, y aun así algo dentro de mí —una chispa testaruda de Fe— se negaba a apagarse. “Cuando todo parece perdido, a menudo es la vida moviendo las piezas para que suceda algo mejor”, escribe Paulo Coelho; yo no lo sabía entonces, pero aquellas palabras ya ardían silenciosas en mi pecho.

Desde fuera, las voces eran un coro de advertencias: «Nadie contrata mujeres embarazadas», «Olvídate de tus metas, acepta la realidad». Sin embargo, la imagen de mi hija creciendo en mi vientre me recordaba cada día que el amor es una fuerza creativa capaz de desobedecer cualquier estadística. Louise Hay solía decir que “dentro de nosotros hay un poder que puede sanar cualquier cosa”. Ese poder empezó a tomar forma en mí como un sueño obstinado: volver a sostenerme —y sostenerla— con dignidad y paz.

Siempre fui independiente; mi apartamento, mi auto y mi rutina mostraban al mundo una mujer autosuficiente. Pero en aquella tormenta descubrí que la verdadera independencia no es material: es un estado interior cimentado en la confianza. No tenía un plan muy claro; lo que sí tenía era una certeza inexplicable: encontraría un nuevo trabajo, recuperaría mi estabilidad y, de alguna manera, construiría un hogar luminoso para mi hija y para mí. Deepak Chopra define la intención “como el punto de partida de todo sueño: la semilla del que brota la creación”. Sin siquiera comprender la ley de la atracción, sembré esa semilla todos los días con actos pequeños: enviaba currículos, mejoraba mi alimentación, hablaba con mi bebé sobre la vida que la esperaba.

Y, aunque aún no practicaba la meditación ni el Ho‘oponopono, ni tomaba en mis manos las cartas de Oráculo que una guía espiritual me había mostrado, la memoria de aquella lectura que me advirtió sobre este giro del destino regresaba una y otra vez. En las noches más duras, recordaba sus palabras como un faro: «Lo que hoy duele mañana será tu testimonio de luz». Colette Baron‑Reid enseña que las cartas son “puertas a la conversación sagrada entre tu mente y tu alma”; yo todavía no abría del todo esa puerta, pero sentía su presencia empujando suavemente desde el otro lado.

Los días pasaban entre incertidumbre y pequeños milagros cotidianos. Una entrevista se convirtió en oferta de trabajo, un amigo me prestó un coche cuando el mío falló, un vecino llegó con víveres justo la tarde que la despensa se vació. Esos destellos de gracia eran recordatorios de que el Universo conspira aun cuando nuestra lógica nos grita lo contrario. Marianne Williamson lo resume así: “Los milagros ocurren de forma natural; cuando no ocurren, algo anda mal”.

Mirar hacia adentro seguía doliendo, y todavía había heridas que ni siquiera tenía nombre para describir. Pero con cada victoria mínima —un cheque de pago, una cuna armada, un ultrasonido lleno de vida— la Fe se robustecía. Empecé a comprender que soñar no es un lujo, sino un derecho del alma. Aun sin técnicas sofisticadas, estaba manifestando: la clara intención, el amor expansivo por mi hija y las acciones congruentes eran los ingredientes perfectos para que la realidad comenzara a reacomodarse.

Hoy, al revivir este capítulo, reconozco algo esencial: los sueños nos sostienen cuando la razón se agota. Napoleon Hill escribió: “Lo que la mente puede concebir y creer, la mente puede alcanzar”. Yo concebí estabilidad y creí en ella con cada latido; y aunque el camino fue empedrado, la vida terminó rindiéndose a esa visión.

Quizá, mientras lees, sientas que tus propios desafíos te han colocado contra la pared. Tal vez los “no se puede” también martillean tu mente. Déjame compartirte la lección que mi historia me entregó: cuando el amor y la Fe se unen, se vuelven más grandes que cualquier circunstancia. No necesitas ver el cómo; basta con abrazar el qué y el por qué. El resto se revelará en su momento perfecto, como una carta de Oráculo que llega para recordarte que lo imposible solo tarda un poco más.

Si algo de esto resuena en tu corazón, quédate cerca. En las próximas entradas contaré cómo, por fin, me atreví a mirar dentro, a trabajar con la energía de la Llama Violeta, a pronunciar el Ho‘oponopono y a convertirme en la Coach Intuitiva que guía a otros a encontrar su propia luz. Que mi historia sea el espejo donde descubras la tuya y, sobre todo, la prueba de que los nuevos sueños sí encuentran un lugar para nacer.

Con amor y esperanza,


Shanna


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